Gonzalo Ibáñez
¿Qué lo inspiró a escribir “Camino a septiembre”?
Me inspiró una gran preocupación. Lo que sucedió el 11 de septiembre de 1973 no estaba cayendo en el olvido como de hecho caen poco a poco todos los sucesos históricos, sino de una manera premeditada con el objetivo, sin duda, de provocar las condiciones que permitieran repetir la experiencia del régimen marxista que ese día concluyó de manera tan abrupta. Y a ello se agrega la obsecuencia — cuando no la colaboración — de mucha gente y muchos grupos, incluso partidos políticos, que en su momento se formaron al alero del régimen militar y que ahora quieren olvidar esos tiempos. Lo grave, como decía, es el propósito de reproducir un régimen totalitario como fue el marxista de entonces. Este libro fue presentado muy poco después del 18 de octubre, día en que comenzó la asonada violenta y terrorista que todos padecimos y que no hizo más que confirmar mis aprehensiones y preocupaciones.
Revisando su historia de vida, ¿cuál ha sido el mayor aprendizaje que le ha regalado Dios, que pueda servir como enseñanza para quienes también deseamos contribuir a la cultura y a la patria?
Esos aprendizajes son muchos. Pero, retengo dos en especial. Después de hacer mi carrera de Derecho, entré a estudiar dos años de Filosofía con el propósito de seguir los cursos que en ese entonces dictaba el P. Osvaldo Lira, todos inspirados en la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Han sido para mí inolvidables sus cursos de Teodicea, de Metafísica, de Ética y de Política. Esa formación que recibí de parte de él ha marcado de manera muy profunda toda mi actividad académica y también mis años de actividad política. Después, andando el tiempo, fui a la universidad de París 2 a hacer mi doctorado en Filosofía del Derecho. Ahí me encontré con el profesor Michel Villey, cuyos cursos seguí durante tres años. El profesor Villey también exponía fielmente la doctrina de Santo Tomás de Aquino, concentrándose, por supuesto, en las materias relativas a Justicia y Derecho. Tanto el P. Lira como Michel Villey fueron mis maestros, a los cuales no termino de agradecer cuánto me enseñaron y formaron. Como lección saco la de que no es suficiente, para formarse, hacerlo únicamente con las propias fuerzas; también, corresponde buscar apoyo en lo que puedan enseñar otros, mayores, que pasan a ser así los maestros.
Como Editorial Conservadora hemos sido testigos y colaboradores de sus últimos dos libros, los cuales se suman a una prolífica lista de grandes aportes a la cultura nacional. ¿Tiene algún proyecto para el futuro? Si es así, ¿en qué consiste?
En este mundo terrenal ya no me queda mucho futuro, por eso no pueden ser muchos los proyectos que yo pueda forjar. Sin duda, habrá de escribirse la historia de cómo pudieron pasar en Chile los sucesos del 18 de octubre pasado y de los meses siguientes en los que, como nunca, nuestra patria estuvo a punto naufragar. En esa tarea me gustaría prestar alguna colaboración.
¿Qué lo motivó a publicar con nosotros? En otras palabras, ¿qué opina de la existencia de la Editorial Conservadora?
Me parece muy bien que exista esta Editorial en un mundo donde es muy fuerte la corriente que busca cambiarlo, todo olvidándose del pasado y de los errores cometidos, con la consecuencia ya conocida de que, entonces, ese pasado con sus errores se repite una y otra vez. El caminar prudente en la vida implica los dos elementos: conservación y cambio. Y este último, sin perder nunca como punto de referencia lo que se conserva. Acentuar este aspecto en el mundo contemporáneo, sobre todo a través de una editorial como esta, me parece muy importante.
¿Cuál cree usted que es el camino correcto para recuperar la cultura cristiana occidental, tan alicaída hoy por hoy?
Nuestra cultura no lleva el nombre de cristiana por casualidad, sino porque encuentra su fundamento en el ideal para cada persona de ser otro Cristo en la tierra. Tratando de ser como Cristo es que hemos construido nuestra cultura. Y ser como Cristo es ser persona humana en su plenitud, tanto en la dimensión individual como en la dimensión social. Por eso, la misión de la Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Fundador, es la de enseñarnos acerca de cómo ser cada vez mejores personas. La Iglesia es maestra de humanidad para la humanidad. Sin Iglesia no habría existido nuestra cultura. Por eso, creo que el primer paso en esta tarea es el de que la Iglesia vuelva, una vez más, a retomar aquella ya vieja tarea, pero que no pierde nunca su actualidad, su importancia y su necesidad.
En la cultura contemporánea pareciera ser menospreciado el pensamiento conservador, en dónde máximas como la búsqueda de la verdad no inquietan a las nuevas generaciones. ¿Cómo podríamos ayudar hoy a los jóvenes a construir un mejor futuro?
Precisamente, el camino para construir nuestra cultura pasa por reconocer y aceptar que estamos dotados de una entidad que no depende de nuestra voluntad. Nosotros no hacemos lo que somos, pero sí podemos conocernos y hacer de ese conocimiento la base para el ejercicio de la libertad. Esa es la verdad humana, cuya comprensión nos permite hacer uso de la libertad en forma prudente y juiciosa. Y lo mismo sucede con los demás seres. Como Cristo nos enseña: la verdad nos hará libres; de lo contrario, no pasaremos de ser unos atolondrados. Pero hoy en el mundo, como por lo demás siempre ha sucedido de una u otra manera, parece haber una urgencia en afirmar el principio contrario: “es mi libertad la que hace a la verdad”, “es verdad lo que yo quiero que sea”. Y esta es una prédica cuyos destinatarios son precisamente los jóvenes. Con el señuelo de una libertad sin orden que respetar es fácil hacer de ellos unos desaforados para emplearlos como carne de cañón de las más disparatadas aventuras, como fueron las que sucedieron el 18 de octubre y los meses posteriores. Frente a ello, un solo camino: dar testimonio de la verdad, cualesquiera sea el costo que nos pueda significar.
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